Vitalidad, alegría e impacto económico en la Chaya riojana

La tradicional Chaya riojana viene movilizando durante febrero a personas de todas las edades y de todas las condiciones sociales, en torno de una alegría y sensaciones inexplicables para quien observa a la distancia. Esta manera popular de agradecer a la tierra, de ver la vida en profundidad es común denominador este mes en la provincia. A la par, están los trabajos que realiza el Observatorio Económico de Turismo riojano, que concluyó que entre el 7 y el 9 pasado se registró una circulación que generó un impacto económico de 651.750.000 pesos.

La Rioja tuvo un 75% de ocupación durante el desarrollo del Festival de la Chaya en el autódromo de la ciudad capital (7 al 9 de febrero), que fue el principal foco de atención turístico y se complementó con las movilizadoras citas chayeras barriales y la Peña del Chaya en el predio ubicado frente al escenario automovilístico.

De acuerdo con el informe del Observatorio, el promedio de estadía se ubicó en 3,5 días, las casas de familia tuvieron más de mil alojamientos diarios y en el total de pernoctes el número fue de 5.775. El gobierno de La Rioja cuidó todos los detalles para que la celebración estuviera a la altura esperada.

Febrero prosigue su rumbo y de igual manera la Chaya, con el espíritu intacto.

Cuenta la leyenda (que tiene relatos diversos) que Chay era una muy bella jovencita india, que se enamoró perdidamente del Pujllay, joven alegre, pícaro y mujeriego que ignoró los requerimientos amorosos de la hermosa indiecita. Fue así como ella, al no ser debidamente correspondida, se internó en el monte a llorar sus penas y desventuras amorosas, desapareciendo en él para siempre. Desde entonces, suele retornar anualmente, hacia mediado del verano, del brazo de la Diosa Luna (Quilla), en forma de rocío o fina lluvia.

En tanto Pujllay, sabiéndose culpable de la desaparición de la joven india, sintió remordimiento y procedió a buscarla por todo el monte infructuosamente.

Tiempo después, enterado el joven del regreso de la joven a la tribu con la luna de febrero, volvió también al lugar para continuar la búsqueda. Pero fue inútil. Allí, la gente festejaba la anhelada cosecha y lo recibía con muecas de alegría; él, por su parte, entre la algarabía de los circunstantes, prosiguió la búsqueda y la indagación con profunda desesperación y resultados siempre negativos. Por ello, derrotado, terminó ahogando en chicha su soledad y su pasada fama de Don Juan. Hasta que estuvo muy ebrio, cayó en un fogón y murió quemado.

Desde ese entonces, “Chaya” viene en febrero año a año a apagar el fuego de “Pujllay”. Y cada año aparece el Pujllay, que muere al terminar el festejo, razón por la cual se lo entierra hasta el año que viene.

Por Alejandro Delgado Morales – Fotografía: Pilar Delgado Niglia